viernes, 10 de abril de 2009

Dignidad Socialista

Nació el 30 de abril de 1925 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. A los 18 años recibido de maestro en Avellaneda, se instaló en un lejano pueblo del Chaco santafesino para comenzar sus primeros años como docente rural. De allí regresó para cumplir con el servicio militar.

En Buenos Aires inició luego su militancia gremial, hasta llegar a participar en la redacción del Estatuto del Docente y protagonizar la unificación de su gremio en la CTERA, de la cual fue secretario general. Se apartó en 1957 del Partido Socialista que presidía Américo Ghioldi por su oposición a que sus compañeros integraran la Junta Consultiva, creada por los militares que derrocaron a Juan Domingo Perón en 1955.

El 8 de septiembre de 1977 Bravo fue secuestrado por un grupo de tareas mientras daba clases nocturnas de castellano en una escuela de Primera Junta. Permaneció desaparecido hasta el 2 de septiembre y recién fue liberado en 1979. La tortura le dejó secuelas vasculares en sus piernas. Cuando salió de la cárcel militó en defensa de los derechos humanos en la APDH, y con el gobierno de Raúl Alfonsín, fue designado subsecretario de Estado del área de Educación, cargo al cual renunció por la Ley de Punto Final y la Obediencia Debida.

En las primeras horas del 26 de mayo de 2003, sufre un ataque al corazón y fallece, el mismo día que asumía el presidente Néstor Kirchner. Sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos perdidos, ante muestras de afecto de una amplia gama de personajes... dice la fría estadística de una biografía que apunta datos destacados de su vida.

Don Alfredo fue un verdadero ejemplo de lucha y de honestidad, poco emparentado con la política contemporánea de los arreglos trasnochados, corruptos y ausentes de principios partidarios. Se fue de los lugares que le aseguraban el amparo del poder, cuando esa misma mano gigante atropellaba los derechos humanos y de los humildes. Peleó sin cuartel, contra los que salían de los cuarteles.

Entendió que la mejor arma que un ser humano puede esgrimir es la palabra, tanta veces más afectuosa, tantas otras más letal. La cultivó en las dos profesiones que amó con su alma: la docencia y la política.

Cultivaba el romanticismo del viejo Socialismo de principios de siglo con la prática moderna de la defensa de los trabajadores en la era post peronista. Era un caballero capaz de soportar una discusión con su propio torturador y las huellas en su cuerpo no le permitían espetarle insultos, porque, ante todo, valía el respeto. De todas maneras, se crispaba ante la injusticia y hacía oír su tono más áspero en las discusiones legislativas, cuando se burlaba el honor de las personas.

Gallina riverplatense de pura cepa, defensor absoluto de la democracia, rival fiel del alfonsinismo y del peronismo de los ochenta, orgulloso y desmoralizado por el paso a la práctica de la Alianza, forjador de la unión sindical docente, fue Alfredo Bravo, uno de los pocos dirigentes argentinos que podrá esgrimir siempre en su currículum: honor, dignidad y respeto por los principios.

Eduardo Ferrer

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