sábado, 9 de mayo de 2009

De pelusa al barrilete cósmico... un pirata

Había una vez, en un barrio de cartón y madera curtida por fríos vendavales, la ilusión de un pirata de los sueños, que viajaba más allá de las circunstancias. Corsario atrevido que pregonaba su fantasía de ganar un mundial y consagrarse en primera, cuando todavía era un purrete descalzo en el barro de Fiorito.

Fue pirata porque creció en la soledad de alguien que purga condena por transitar el camino de los ídolos, de allí que le aconteciera tanta malaria después de la buena. Pasó de descubrir los tesoros riquísimos de las mieles del fútbol, el poder, el jet set y tantas otras mierdas, a la vereda de las sombras, a la oscuridad y, por momentos, al planeta de lo olvido.


Curtido como pocos, deslumbró a los ojos de la ciencia, con parábolas increíbles para una esfera que se pega a su pie como imantada, aún en los tiempos actuales, cuando el blanco de las canas comienza a surcar la tintura negra de los cabellos ondulados que flanquean su rostro. No habrá profesor de Matemática, Física o Astronomía que puedan teorizar sobre la pegada de un pie zurdo, capaz de colocar el balón en los confines del mundo.

Diego Armando Maradona nació en Lanús, el 30 de octubre de 1960. Considerado como uno de los mejores en la historia de este deporte, siendo elegido como el Mejor Jugador del Siglo con el 53,6% de los votos en una votación oficial realizada en el sitio web de la FIFA y obteniendo la tercera ubicación en una encuesta efectuada por los miembros de la Comisión del Fútbol de esa institución.

Maradona consiguió importantes logros deportivos, tanto con la Selección Argentina como con algunos de los clubes en los que jugó. Con la selección consiguió la Copa Mundial de 1986, el subcampeonato en la Copa Mundial de 1990 y el Mundial Juvenil de 1979. Sus logros más importantes a nivel de clubes los obtuvo jugando para el Nápoles de Italia, donde ganó una Copa de la UEFA y los únicos dos scudettos que posee la institución.


Fue bucanero porque de entre tanta tristeza siempre se las ingenió para robarnos una sonrisa, a los pobres, a los desdichados, al pueblo, que confió en el genio de la pelota, en el barrilete cósmico capaz de sortear los más anchos planetas.

Ancló en el puerto de las adicciones y quedó varado durante extensos días a la espera que campeara la tormenta para volver a zarpar. Cuando las luces de un estudio de tv le guiñaron el ojo para seguir, zarpó a la mar, nuevamente, como un marino ducho en las tempestades. Sin embargo, para aquellos que supimos admirarlo en tierras aztecas, deambulaba en nuestras mentes, que ese no era su lugar.

Hoy, sonrisa a flor de piel, ocupa el sitio que siempre quiso tener, ese que le hace bien a su cuerpo, a la mente, al corazón. No le ahorra dolores de cabeza, pero lo mantine ocupado y lejos, ¡ojala!, de los interesados de turno, de los intermediarios malvivientes, de las pestes narcóticas.

Fue corsario único, porque hasta a los mismos piratas les robó, en un mediodía soleado de suelo mexicano sin gripes porcinas. Como borrar de la mente, un estilete inspirado, que pasaba urgente por las cercanías de azorados ingleses con cara de nada, desparramando talento y voluntades toscas de los rivales. No olvidar que una mano fina y un puño de victoria le robaron a la corona que nos usurpó la geografía.

¡Basta de discusiones innecesarias sobre Maradona! ¡Diego es y será, solamente fútbol!, y en esas cuestiones, únicamente, es donde hay que analizarlo; con resultado ya conocido: el mejor.

Eduardo Ferrer

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