sábado, 7 de febrero de 2009

El denunciante de la oligarquía conservadora


Muchas veces he intentado ensayar con mis alumnos una
suerte de panteón de héroes históricos o, más bien,
reformular el ya existente, vetusto, moribundo e injusto. Cuando ellos proponen distintos nombres, yo cambio esas palabras por la solicitud de condiciones para ocupar un sitial de preponderancia en la historia de un pueblo.

Quizás movilizados por lo que han sido las actitudes contemporáneas de las clases dirigentes y lo que se va descubriendo sobre el pasado, los chicos prefieren rescatar aquellas actitudes reñidas con la corrupción, por ejemplo, la honestidad. Es increíble, pero dicho ejercicio siempre nos lleva a un mismo lugar, mejor dicho, a una misma persona: Lisandro de la Torre.

Nació en Rosario el 6 de diciembre de 1868. Su padre, Don Lisandro, había comenzado a amasar una fortuna como comerciante y la consolidó como estanciero. A los 20 años se graduó como abogado con su tesis sobre el gobierno municipal y regresó a Rosario donde tomará contacto con los círculos políticos opositores a la política de Juárez Celman que confluirán en la formación de la Unión Cívica en 1889. En julio de1890, se trasladó a Buenos Aires y participó activamente junto al sector de Leandro N. Alem en la Revolución del Parque.

Desde ese punto inicial, la política fue una pasión que abrazó con todas las fuerzas y que le dolió en el corazón tener que abandonar. Luego de militar varios años con el radicalismo e ingresar a las legislaturas provincial y nacional, conformó dos movimientos partidarios: la Liga del Sur y el Partido Demócrata Progresista. Este último, fue durante mucho tiempo una fuerza de gran raigambre entre los santafecinos.

En octubre de 1920, tuvieron lugar las elecciones para constituyentes con el objetivo de reformar la Constitución provincial de Santa Fe. La labor de la convención transformó a la nueva carta magna en una de las más avanzadas y progresistas de la época con enorme aporte de la Democracia Progresista. Eliminó a la religión católica como credo del estado, dedicó un capítulo especial a los derechos laborales, creó la Corte Suprema de Justicia y un Jury de enjuiciamiento para los magistrados. El gobernador de la provincia, el radical Mosca, futuro candidato a vicepresidente, rechazó todo lo actuado por la convención

Lo más destacado del dirigente litoraleño fue su enjundia para luchar contra aquella clase hegemónica que había sido su propia cuna. Por ideales, no entendía la barbarie y la corrupción instaladas en la oligarquía, así como defendía a “capa y espada” el sistema democrático. Propuesto por el gobierno militar del 30’ para ocupar un Ministerio, sostuvo una negativa rotunda, quedándose en su casa hasta el retorno del régimen político, viciado del fraude.

Las elecciones de 1932 lo encuentran en un excelente segundo lugar, compartiendo fórmula con otro ejemplar dirigente: Nicolás Repetto del Partido Socialista. La dupla y ambas fuerzas partidarias poco pudieron hacer contra la instalación del conservadurismo, luego de la dictadura de Uriburu. Sin embargo, a partir de allí, comenzaría a escribirse la página más heroica de Lisandro en la política vernácula.

Ese mismo año, Luciano Molinas es elegido gobernador de Santa Fe y de la Torre Senador Nacional junto a Enzo Bordahebere. Juntos cumplen una labor prolífica en el Congreso, denunciado los negociados de la fuerza conservadora con los frigoríficos de capitales británicos y yanquis. Por el pacto Roca–Runciman, Inglaterra sólo se comprometía a seguir comprando carnes argentinas siempre y cuando su precio fuera menor al de los demás proveedores. En cambio, la Argentina aceptó concesiones lindantes con la deshonra: liberó los impuestos que pesaban sobre los productos ingleses y se comprometió a no permitir la instalación de frigoríficos argentinos.

Se creó el Banco Central de la República Argentina con funciones tan importantes como la emisión monetaria y la regulación de la tasa de interés, en cuyo directorio había una importante presencia de funcionarios ingleses. Finalmente, se le otorgó el monopolio de los transportes de la Capital a una corporación británica. Enfrascado en su lucha contra estos negociados corsarios, de la Torre continuó ejerciendo una batalla sin tregua en su labor, lo que le valió que matones de turno, intentaran acabar con su vida, atentando en pleno recinto legislativo. La balacera dio en el cuerpo de su compañero de bancada, quien cayó fulminado.

Tiempo después, don Lisandro, abatido por la injusticia imperante en su país, decidió acabar con su vida, disparándose: "…desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento, me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo". Será imposible que un hombre de tamaño honor, quien debiera ser considerado ejemplo y maestro de las clases dirigentes (que no suelen seguir su modelo de conducta), sea olvidado por la historia y, en todo caso, merece el reconicimiento de un pueblo, por el que fue mártir.

Eduardo Ferrer

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