Hace unos cuantos años, aunque son tantos que no podría precisarlos, me crucé con uno de esos libros que circulan perdidos por rincones indescifrables de una añeja biblioteca. Lomo y tapas amarillas (típico de la Biblioteca Billiken, para aquellos nostálgicos), una figura de embarcación que ocupaba casi la totalidad de la portada y una promesa de literatura de grandes proezas, que después comprobaría al despuntar sus páginas.
Ahora bien, entrado en años, descubrí que aquella ficción de mi niñez marplatense era, en realidad, una historia concreta que había ocurrido en los primeros latidos de este país como tal. Grandes nombres surgieron de aquellas epopeyas, algunos reconocidos por la gloria tardía, aunque pagada en justicia finalmente: San Martín, Manuel Belgrano y Mariano Moreno.
Otros, olvidados por la Historia Oficial, esa que suele escaparse con su mirada hacia modelos que portan caracteres conservadores e intachables, pero que seguro hicieron bastante menos por la Argentina. Así, un francés llamado Hipólito Bouchard, que en varias localidades cuyo nombre titula una calle, suele castellanizárselo como “Buchardo”, nació el 15 de enero de 1780 en Bormes, una localidad cercana a Saint Tropez. Era hijo de André Louis Bouchard, posadero y luego próspero fabricante de tapones de corcho, y de Thérese Brunet.
Datos que poco aportan a la relación entre el “corsario” y nuestro país, pero nobleza obliga decir, que su estirpe indomable se fogueó desde muy pequeño, cuando apenas adolescente, echó a su padrastro del hogar para defender a su madre. Tiempo más adelante y, decepcionado por el curso de la Revolución Francesa, huyó hacia el Río de la Plata, donde enraizó con los ideales de la Primera Junta, en especial del sector más rebelde que lideraba Moreno.
Sirvió como Segundo Comandante en la todavía débil armada que encabezaba otro gran marino, Juan Bautista Azopardo, para enfrentar a la flota española. Su valentía en el frente le hizo ganar variadas consideraciones y ser absuelto a pesar de la derrota. Sin embargo, su pelea más emblemática contra el enemigo externo, la daría junto a quien fue su referencia en las armas, el General José de San Martín. Este último, daría parte en una de sus correspondencias al Gobierno de Buenos Aires diciendo "una bandera que pongo en manos de V.E. y la arrancó con la vida al abanderado el valiente oficial D. Hipólito Bouchard".
También acompañó a San Martín en su campaña desde Chile al Perú y pese a no contar con embarcaciones en las mejores condiciones, su lealtad y accionar de guerra le valieron convertirse en el primer Comandante de la flota del país incaico, cargo que ocupó hasta poco antes de su muerte. En el lapso entre el combate de San Lorenzo y su ida a Perú, invadió y capturó más de 200 naves, repartiendo siempre su botín con los marineros y el gobierno argentino. Este le había otorgado “patente de corso”, una especie de servicio para el Estado que le permitía abordar barcos de países enemigos y tomar sus riquezas a favor de nuestro país.
Son varias las anécdotas que pintan a este “simpático pirata rioplatense con acento francés”: usaba aro en su oreja, costumbre típica del Cuerpo de Granaderos a Caballo, se enfrentó con corsarios malayos (según versiones de la época, los más temibles), liberaba esclavos en cada puerto o barco que tocaba y tomó posesión de California durante cinco días, enarbolando la bandera celeste y blanca. Condujo muchas naves en sus periplos: La Josefa, Chacabuco, Halcón, pero su “amada” fue siempre “La Argentina”, corbeta con la que surcó los mares del planeta.
Piratas hay tantos en este país, pero les puedo asegurar, como este ninguno; fiel a la Patria que adoptó propia, mientras otros dilapidan nuestras riquezas; leal y respetuoso de sus líderes, cuando otros ocultan a los verdaderos héroes; y, sobre todo, con un amor apasionado por la Argentina, tanto más que muchos otros nacidos en este suelo y renegados de él.
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1 comentario:
Me parece muy interesante esta sección ya que creo que promueve el desarrollo de una actitud crítica y de un sentido de pertenencia frente a nuestra historia. Conocer acciones y hechos de los próceres no solo permiten analizar e interpretar la realidad actual, sino también poder transformarla.
Una integrante del club de fans de la revista.
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